Inevitablemente nos comparamos y si no lo hacemos, alguien de seguro lo hará por nosotras. Las comparaciones no siempre significan algo negativo, pueden servirnos positivamente para inspirarnos a conquistar metas o admirar la pasión con que hacemos algo: despiertan la necesidad de mejorar quienes somos. Pero todas sabemos que muchas veces las comparaciones despiertan sentimientos desagradables y nos hacen sentir peor con nosotras mismas.
Quizás lo primero y más importante, fue asumir que esto me estaba pasando. Le puse nombre a mis emociones y asumí hábitos para dejar de compararme con otras personas.
Empecé limitando el tiempo que destinaba a las redes sociales, me recordé que todos muestran o crean sus mejores momentos en las redes: las personas eligen que publicar. También dejé de seguir personas que me hacían sentir incomoda conmigo. Solo sigo personas que sean inspiración, no frustración.
De paso adopté el hábito de comparar mis logros actuales con las cosas que quiero conquistar en un futuro. Porque la costumbre de usar los éxitos de otros como parámetros para los míos no es útil, son experiencias individuales. Hay conquistas ajenas que nunca se adaptaran a lo quiero o las cosas que en verdad me hacen feliz. Tener conciencia de ello, me ha dado mucha paz.
Tengo conciencia de las cosas que me gustaría cambiar de mi misma, fortalezas que quiero adquirir y en lugar de desear que aparezcan por arte de magia, invierto tiempo en aprenderlas. Nada se resuelven solo deseando amigas.
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